Erase una mujer que al nacer, antes de conocer la Vida tropezó con el Miedo. El Miedo hablaba a la mujer y le asesoraba sobre todo lo que no debía hacer y no debía atreverse. La mujer escuchaba al Miedo como si se tratara de la Vida y aprendió a que no tenía permiso para hablar ni para hacer nada sin permiso del Miedo. El Miedo envolvía de nubarrones y malos augurios el futuro, minaba su autoestima, plantaba la desconfianza en el jardín de su casa y pintaba de negro las paredes. Ella no había conocido a la Vida, así que estaba convencida que todo era por su bien y para estar protegida del feroz mundo que se encontraba fuera de su casa.
El Amor se asomaba a su ventana y le invitaba a entrar en la Vida. Ella escucha embelesada el canto melódico del Amor y deseaba ardientemente cruzar la puerta y abrazarse a la Vida, ese espacio fuera de las paredes, amplio, luminoso, intrigante y desconocido. El Miedo le susurraba al oído los peligros de cruzar la puerta: lo desconocido, las personas que aman y hieren, la desprotección. Ella escuchaba el sonido del Miedo tan familiar y le hacía caso. Al fin y al cabo le había mantenido protegida durante muchos años.
Muchas veces el Amor siguió perseverante asomándose a la ventana de la mujer ofreciéndole la mano para salir de aquella casa, pero el Amor es dulce y tímido y necesita del coraje de la Vida para abrir la puerta de la casa personal desde fuera.
Aquella mujer encerrada en su Miedo miraba la Vida desde la ventana y cada vez deseaba más el amarillo del sol, el azul del cielo, el verde del campo, el rojo de las flores, el blanco de las nubes y el violeta del amanecer. Pero sólo tenía el negro. No sabía qué le pasaba y confiaba en el Miedo para salir adelante y se acostumbró a no atreverse, a creer en la sumisión como acto de protección, a pensar que sus deseos no eran valiosos y su persona indigna.
Un día sin saber muy bien cómo entró la Locura en la casa de aquella mujer. La Locura le gritaba, le zarandeaba, le empujaba, le rompía el corazón, la mente y el cuerpo. La Locura se acompañaba de vez en cuando de la enfermedad para impedir que la mujer huyera. Poco a poco, la Locura empezó a dominarlo todo: la Locura gritaba al Miedo, bajaba las persianas para que el Amor no se asomara, puso dos cerrojos a la puerta para que la mujer no accediera a la Vida. Un día la Locura presentó la Muerte a la mujer. La mujer le dio la mano esperando que esta nueva compañera consiguiera alejar al Miedo y desapareciera la Locura de su caótica casa. La mujer y la Muerte se enamoraron, deseaban fervientemente estar juntas y planearon al detalle su unión. Cuando la Locura se enteró sintió tantos celos que empezó a golpear furiosamente a la mujer y la ira conducía a destrozar los muebles de las creencias, las paredes del miedo, la vajilla de la enfermedad y la puerta de acceso a la vida.
De repente, en un ataque de Locura la mujer, se vio en el jardín de su casa, la puerta destrozada, la casa en ruinas y ella desnuda. Nunca se había visto a sí misma. Las lágrimas brotaban de la soledad y el abandono. El Miedo se agarraba a los restos negros de la casa. La Locura se vistió con las ropas abandonadas de la mujer ahora desnuda. La Muerte decidió mantenerse junto a la mujer, quería poseerla, era su trofeo, su conquista. Cuando la guadaña cercenaba el cuello de la mujer, apareció el Ángel con su espada y protegió a la mujer de la Muerte.
La mujer se levantó, miró al Ángel, miró su jardín y sintió los colores de la Vida, miró su casa en ruinas y vivió la experiencia de sentirse protegida por la Vida sin paredes. Por primera vez desde que nació habló desde el corazón y dirigiéndose a la Muerte le dijo: “Vete, no deseo estar contigo”. La Muerte prometió vengarse. El Ángel prometió mantener la protección a la mujer. La mujer prometió construir una nueva casa con todos los colores a pesar de las protestas del Miedo.
La mujer no sabía cómo empezar la casa nueva, nunca había tomado las decisiones por sí misma sin consultar al Miedo. A veces le echaba de menos y quería su guía pero en cuanto veía que en la casa nueva dominaba el color negro, entonces salía al jardín, pedía ayuda a la Vida y ésta le daba coraje y le regalaba un ladrillo de colores. La mujer colocaba los ladrillos naranjas de su nueva casa y de vez en cuando colocaba alguno de los ladrillos de colores que la Vida le regalaba. Sin muebles ni vajilla la mujer, sentada en el suelo, miraba las paredes que iba construyendo y se dio cuenta que cuanto más ayuda pedía a la Vida, más ladrillos de colores tenía y más coraje asimilaba. El Miedo se veía cada vez más acorralado hasta quedar reducido al entorno de la nueva chimenea donde el fuego y el calor mantenían al Miedo en sus límites.
Sin embargo, a primeros de un otoño cuando construía los muebles de su nueva casa, la Muerte visitó a la mujer para cumplir su promesa. La mujer vio al ser negro, frío, sin alma como un espectro silencioso y envolvente muy diferente de aquella Muerte dulce y atrayente que conoció años atrás. No pudo ver sus ojos, pero la mujer sintió que la llamaba y que le pedía su alma, su mente y su corazón. Ella se asustó tanto que el Miedo salió de sus límites y empezó a susurrarle cómo podía protegerse de la Muerte. Sin saber qué hacer, la mujer siguió los consejos del Miedo, cerrando ventanas, atrancando la puerta, refugiándose entre las paredes. Habiendo ganado terreno el Miedo se sintió más fuerte y dominante y empezó a invitar a algunas de sus amigas y amigos: la Locura, la Enfermedad, la Soledad, el Abandono, la Ruina, la Tristeza, la Cobardía y el Aislamiento.
En el afán de protegerse, la mujer corría de un lado a otro de la casa, atendiendo su día a día cotidiano ahora lleno de los amigos y las amigas del Miedo. Trabajaba hasta la extenuación para atender a todos los requerimientos que el Miedo le ponía para protegerse de la Muerte. Luchaba contra la Locura con todos los medios químicos y terapéuticos posibles, se cuidaba para mantener la Enfermedad bajo control, procuraba rodearse de personas, (cualquier tipo de personas si era necesario) para protegerse de la Soledad y el Aislamiento, se engañaba a sí misma para no percibir el Abandono y la Ruina, se lanzaba a aventuras imposibles para decirse a sí misma que la Cobardía no estaba en su casa. Sin embargo, era el Miedo el que de nuevo dominaba su casa.
Un día, estando en su cama, tuvo un sueño: un ángel impedía con su espada la acción de la guadaña. Despertó de repente envuelta en sudor frío, temblando en espasmos de lucidez mezclados con las palpitaciones de la angustia. Miró a su alrededor, el sueño era en realidad un recuerdo, había existido de verdad. Su mente empezó a recapitular, su cuerpo a respirar pausadamente y su memoria a funcionar.
Y cayó en la cuenta, la Muerte le había pedido su alma, su mente y su corazón pero no su vida. ¿Por qué? ¿Acaso la Muerte puede pedir otra cosa? ¿Qué quería realmente la Muerte si no venía a por su vida? Se levantó y miró su casa llena de negro otra vez. Buscó un paño, frotó la pared y vio que debajo del negro seguían estando los ladrillos naranjas que había puesto. Siguió frotando y encontró un ladrillo de colores. ¡Ah! la Vida, se había olvidado de ella.
Corrió al jardín desatrancando la puerta con sus manos, golpeando los cerrojos, dañando las maderas por sus atronaduras, astillando los anclajes, aprovechando la luna y que el Miedo dormía confiado en su victoria.
Y allí estaba el Ángel, con la espada en alto manteniendo su promesa de proteger la vida de la mujer frente a la Muerte. Siempre había estado allí, esperándola junto a la Vida. Ella miró al Ángel, asombrada de su perseverancia, su lealtad y su fuerza. Lloró al sentir la Vida, lloró por el tiempo transcurrido junto al Miedo, lloró de nuevo al ver los colores del sol amaneciendo en su jardín pero sus lágrimas brotaban del coraje y la fuerza de su propio corazón, de su mente, de su alma. Nunca antes había percibido que era la dueña de su mente, la responsable de su corazón y la amiga de su alma. Ella tenía el poder de sí misma y la Muerte no podía quitarle nada a no ser que ella se lo diera. Así lo pensó y así lo gritó al viento, para que el sonido invadiera el entorno y rompiera los tímpanos de la Muerte.
Entró en la casa y empezó de nuevo, llevando al Miedo a su rincón de la chimenea, expulsando a sus amigas y amigos, limpiando las paredes del negro hollín y sacando a relucir los ladrillos de colores.
Con el tiempo la casa de la mujer se iba limpiando y arreglando de la invasión del Miedo. Cada día salía al jardín a contemplar los colores de la Vida para nunca olvidar quién era, como mujer. Todos los días daba gracias al ángel que se mantenía fiel delante de su puerta, vigilando que la Muerte no se acercara. Todos los días pedía ayuda a la Vida que le daba coraje y fortaleza para no escuchar al Miedo y le regalaba coraje y ternura para invitar al tímido y escurridizo Amor a su casa.
Pronto descubrió esta mujer que no era la única en esta lucha y se unió a otras mujeres que compartían las mismas experiencias y los mismos caminos. El Miedo, la Muerte, la Vida y el Amor siguen a la vera de las mujeres del mundo y han descubierto que juntas pueden construir sus casas y ayudarse mutuamente. Ahora son AMIGAS.